COP26: una conferencia para cambiar el mundo
Hace pocos días, se llevó a cabo en Glasgow la Conferencia de las Partes de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, más conocida como COP26.
Luego de haber sido postergada en 2020 por la pandemia, todas las expectativas están puestas en que esta cumbre alcance logros superadores en materia de cambio climático, aunque las perspectivas no son totalmente alentadoras.
El Acuerdo de París de 2015, celebrado globalmente como un logro histórico, se constituyó como un puntapié inicial en la consecución de los objetivos fundamentales para los próximos años. Hoy, el mundo se encuentra en un momento clave en la historia de los consensos climáticos. Los últimos informes de la comunidad científica pronosticaron consecuencias mucho más graves de las previstas: de seguir la economía mundial su trayectoria actual, la temperatura de la tierra alcanzaría un aumento de 2,7°C para fines de siglo, con consecuencias devastadoras para la sociedad y la economía.
Frente a esta inminente amenaza, es necesario que los líderes lleguen a acuerdos urgentes. La cumbre anterior, COP25, había dejado en la agenda varios temas sin resolución. Entre ellos, el establecimiento de un mercado de emisiones de carbono regulado, y la implementación concreta de un fondo verde de U$D 100 mil millones por año destinado a los países en desarrollo.
Estos, entre otros, son algunos de los temas que están en el centro del debate en estos días. Sin embargo, la preocupación fundamental se constituye por la necesidad de contar con compromisos reales en cuanto a la reducción de emisiones. En este sentido, en el comunicado oficial emitido tras la finalización del G20, se alcanzó un consenso en el objetivo de limitar el aumento de la temperatura global a 1,5°C para fines de siglo.
Sin embargo, esto se lograría a través del alcance de la neutralidad en carbono en una fecha poco concreta: en torno a “mediados de siglo”. La imposibilidad de definir un año específico para este logro estuvo ligada a que, para una mayoría, esto podría conseguirse para el año 2050, mientras que para China, India y Rusia la neutralidad en carbono sería factible a partir del 2060.
Con este antecedente, serán cruciales las negociaciones que se lleven a cabo en estos días. En el núcleo del debate, se presentan diversas posturas que no son ajenas al posicionamiento geopolítico de los estados. Algunos países, como Brasil, China, México, Nueva Zelanda y Rusia -cuyos mandatarios se ausentaron a la cumbre-, entre otros, como Australia, presentaron los mismos objetivos para 2030, o incluso objetivos menos ambiciosos que los presentados anteriormente.
Como contracara, Estados Unidos pretende exhibirse con un liderazgo renovado, buscando pisar fuerte en la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, este no está exento de dificultades, dado que cuenta con ciertas barreras domésticas para la sanción de una legislación que implicaría una inversión histórica en políticas climáticas. En cuanto a nuestro país, se sigue defendiendo el avance hacia los objetivos propuestos en París, con un fuerte impulso por los “canjes de deuda” promovidos por Fernández.
Más allá de los intereses que cada nación pone en juego en esta cumbre, no hay que perder de vista que ésta reviste un carácter crucial. No se trata de reiterar “promesas vacías” -tal como alegó la activista Greta Thunberg-, sino de comprender que el mundo necesita un cambio radical en la forma de producir y vivir. Es imperioso que los estados actúen con firmeza para lograr que los objetivos fundamentales no solo se sostengan sino que se refuercen, con miras a un futuro mejor.
* docente de la Licenciatura en Gobierno y Relaciones Internacionales de UADE