SECTOR EN CRISIS

Cuando cierran las pymes, se apaga el país

Defender la industria no es una consigna ideológica, es una política de supervivencia

Diego Achilli- Industrial Pyme

Cuando las persianas bajan, no es solo una empresa la que se apaga: es una historia, una familia, una comunidad entera.
En los últimos meses, la discusión en torno a la apertura indiscriminada de importaciones dejó de ser un tema técnico de economistas y se convirtió en una preocupación tangible para miles de pequeños y medianos empresarios. La pregunta se repite en cada parque industrial, en cada taller, en cada fábrica de barrio: ¿cuánto más vamos a poder aguantar?
La promesa del libre comercio suele vestirse de eficiencia y precios bajos. Pero pocas veces se habla del precio oculto que paga el país cuando su industria se debilita. En un mercado abierto sin regulaciones inteligentes, competir contra productos que ingresan con ventajas impositivas, subsidios de origen o condiciones laborales laxas es, sencillamente, imposible.

 

La fragilidad del músculo productivo

Las PyMEs representan más del 70% del empleo en Argentina. Son el corazón que late detrás del desarrollo local, del trabajo genuino, de la movilidad social ascendente. No hay nación fuerte sin industria nacional. Y hoy ese músculo está en tensión.
En zonas industriales de todo el país, muchas fábricas familiares que resistieron décadas de crisis, ven hoy cómo la apertura indiscriminada pone en jaque su continuidad. Golpeadas por tarifas, financiación escasa y un mercado interno deprimido, las PyMEs se enfrentan a una competencia desigual y cada vez más insostenible.
Por ejemplo, Martín es segunda generación de una fábrica de envases plásticos que desde hace 30 años abastece a empresas de alimentos y cosmética. En los últimos tres meses, las importaciones comenzaron a llenar el mercado con productos similares, a precios que, según cuenta, ni siquiera cubren su costo de materia prima.
“No se trata de falta de eficiencia. El problema es que nuestros costos están en pesos, con insumos dolarizados, y del otro lado llegan productos subsidiados que rompen el mercado”. “Tuvimos que parar la línea de producción y suspender a ocho personas. No sabemos qué va a pasar en julio”.
Casos como este se repiten en rubros muy diversos: metalmecánica, textil, marroquinería, autopartes. La apertura sin criterio selectivo ni defensa del trabajo nacional está dejando huellas profundas y silenciosas.


Más importaciones, menos producción local

Desde textiles hasta calzado, desde alimentos hasta herramientas, el aumento de productos importados ya empieza a reflejarse en caída de ventas y suspensiones. Y aunque aún no lo veamos en los titulares, hay cierres silenciosos cada semana. Una empresa no cierra de un día para el otro. Primero reduce los turnos, luego suspende al personal. Después deja de pagar a proveedores, y finalmente apaga las luces. A veces, ni siquiera hay comunicado. Solo una reja cerrada con candado y una familia preguntándose cómo sigue. ¿Qué país queremos construir? Defender la industria no es una consigna ideológica. Es una política de supervivencia. No se trata de cerrarse al mundo, sino de integrarse con inteligencia. Apostar por el desarrollo propio, por el valor agregado nacional, por una Argentina que no sea solo exportadora de materias primas e importadora de todo lo demás. 
Porque cuando un país pierde su industria, pierde también parte de su soberanía.

 

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