NEUROCIENCIA

Decisiones en tiempos de crisis: qué dice la neurociencia sobre cómo presentimos el futuro

Anticipar el futuro es una función central del cerebro humano. Intuición, miedo, memoria y datos se combinan para tomar decisiones

Luis Ignacio Brusco

La capacidad humana de anticipar el futuro no es un lujo cognitivo sino un mecanismo fundamental de supervivencia. Desde las decisiones más simples, como salir con paraguas si llueve, hasta aquellas que definen el rumbo de una sociedad —elecciones políticas o estrategias económicas y sanitarias—, el cerebro opera como una máquina predictiva cuyo objetivo central es minimizar la incertidumbre.

Los tres textos coinciden en un punto clave: prever no es adivinar, sino integrar información sensorial, emocional, estadística y experiencial para decidir en escenarios que nunca son totalmente predecibles.

Raíces evolutivas de la predicción

Esta arquitectura predictiva se basa en presentimientos que hunden sus raíces en nuestra historia evolutiva. Mucho antes del lenguaje verbal, los organismos necesitaban evaluar probabilidades: cuántos pasos quedaban hasta un refugio, qué riesgo implicaba acercarse a un depredador, cuánta comida había en un árbol. De allí emergen los sistemas estadísticos primitivos que hoy reconocemos en humanos y animales.

Ese instinto cuantitativo, no verbal y aproximado, es el antecedente biológico de los mecanismos bayesianos contemporáneos.

El Teorema de Bayes, reinterpretado por la neurociencia moderna, propone que el cerebro combina información previa (creencias, aprendizajes, experiencias) con nueva evidencia para estimar cuál es la opción más probable. Este sistema no funciona solo con datos: también incorpora subjetividad.

Por eso, aunque el razonamiento lógico es indispensable para decisiones de complejidad media, en contextos de extrema incertidumbre —crisis sanitarias, escenarios electorales o decisiones multifactoriales con miles de variables— la intuición cobra un papel decisivo.

Kahneman y el equilibrio entre intuición y razón

Daniel Kahneman distinguió dos rutas del pensamiento: la implícita, rápida, automática e intuitiva; y la explícita, racional, lenta y analítica. Ninguna opera en soledad. Las decisiones más efectivas surgen del equilibrio entre ambas.

En problemas altamente complejos, donde la racionalidad pura se vuelve ineficiente por exceso de variables, la intuición —bien modulada— ofrece una ventaja adaptativa: el “ojo clínico” del médico, la experiencia del científico o la sagacidad del votante dependen de esa fusión entre intuición y razón.

Las trampas cognitivas: tres sesgos que distorsionan la predicción

Pero este delicado sistema no está libre de trampas. Tres principales sesgos cognitivos obstaculizan la previsión correcta, uno “cualitativo” y dos “cuantitativos”:

  • Sesgo de confirmación: valoramos más aquello que encaja con nuestras creencias previas.
  • Ley de los pequeños números: sacamos conclusiones generales a partir de datos insuficientes.
  • Sesgo de los grandes números (dispersión cognitiva): cuando la cantidad de información imposibilita evaluarla correctamente.

Estos sesgos distorsionaron decisiones en pandemias históricas. Las matanzas de gatos en la Edad Media y en Londres en 1665 ilustran cómo interpretaciones erróneas amplificaron desastres sanitarios. En la pandemia reciente, la resistencia inicial al uso de barbijos también se apoyó en lecturas parciales de evidencia sanitaria.

Epidemiología y decisiones en incertidumbre

La capacidad predictiva es central en epidemiología: anticipar curvas de contagio, estimar riesgos y diseñar medidas preventivas. Pero la mayor parte de esas decisiones se toma con información incompleta.

La tolerancia a la incertidumbre, por lo tanto, emerge como una habilidad cognitiva crucial: decidir sin garantías, sostener medidas con datos aún limitados y corregir el rumbo cuando la evidencia cambia.

El papel del miedo y la ansiedad en la anticipación

El miedo no es un obstáculo sino una herramienta evolutiva de supervivencia. Es inmediato, concreto: ante un peligro claro, activa respuestas de evitación o acción. Cuando se difumina hablamos de ansiedad, una herramienta fisiológica que incrementa la atención y flexibiliza la cognición.

El hipocampo anterior, según Dominik Bach, cumple un rol clave en esta evaluación constante entre aproximación y evitación. Ese “temor predictivo” se convierte en un modulador de decisiones políticas y sociales, incluso en las urnas.

Intuición y razón: una alianza necesaria

Predictivamente, lo emocional y lo racional se entrelazan en todas las decisiones humanas. La intuición no puede trabajar sola: sin control racional se vuelve peligrosa. Pero la razón tampoco es suficiente sin la riqueza que aporta lo implícito. El desafío está en la integración.

Quienes logran equilibrar estos polos —empatía emocional, lógica racional y autocrítica en las creencias previas— son quienes toman decisiones más asertivas.

Prever no es tener certezas

Niels Bohr lo resumió con ironía: “Hacer predicciones es muy difícil, especialmente cuando se trata del futuro”. La frase captura la esencia del problema: prever implica aceptar que no habrá certeza absoluta.

La neurociencia predictiva, la psicología cognitiva y la historia coinciden en que la anticipación correcta nace de un sistema que depura información, prioriza lo confiable y minimiza errores.

Decidir en la incertidumbre: una habilidad para tiempos de crisis

La capacidad de presentir y luego predecir no es un don excepcional: todos la usamos a diario. Lo que distingue a los mejores decisores es la combinación de experiencia, lectura crítica, sensibilidad emocional y entrenamiento bayesiano intuitivo.

En tiempos de crisis epidemiológicas, políticas o sociales, esa integración se vuelve determinante. En última instancia, prever el futuro no significa eliminar la incertidumbre, sino convivir con ella y transformarla en decisiones eficaces.

Esta nota habla de: