DESDE ADENTRO

Disfrutar el instante

La cantidad de tareas nos convierte en criaturas erráticas que olvidaron dónde se encuentra el punto de equilibrio justo

agodino

La vida está llena de momentos diferentes que nos ofrecen enseñanzas valiosas. Si bien en ocasiones todo parece negativo, duro y difícil, las posibilidades de poder disfrutar una vida más positiva son múltiples y muy variadas, aunque el gran problema es que muchas veces no los tenemos en cuenta.

La cantidad de tareas nos convierte en criaturas erráticas que olvidaron dónde se encuentra ese punto de equilibrio perfecto. Apreciar los detalles: una flor, una sonrisa, un chocolate, conseguir asiento en el colectivo, un mensaje de un amigo, una demostración de cariño, un saludo amable o que nos haya quedado deliciosa la cena... Es bastante difícil en la actualidad disfrutar algo cada día porque hemos perdido esa capacidad de dejarnos sorprender por el mundo que nos rodea.

"Vivir es una ocasión especial". Dejar de pensar en el pasado que no podemos modificar ni en el futuro que no podemos predecir. Disfrutar y ser feliz es una de las máximas que queremos conseguir en esta vida, aquí y ahora. Eliminar de nuestra mente todas esas limitaciones que nosotros mismos nos imponemos. Ya no solo es cuestión de vivir cada día como si fuese el último, es cuestión de disfrutar al máximo todo lo que tengamos a nuestro alrededor. No necesitamos estímulos externos para sentirnos bien, no necesitamos un día soleado para saber que será un gran día. Solo tenemos que ver en nuestro interior y liberar la alegría que llevamos escondida y reprimida. Nuestro mayor error es no valorar las cosas hasta que las perdemos.

Hay tiempo para ser productivos y también para invertirlo en ser ociosamente improductivos. Ambos son igualmente importantes. Probablemente, invertimos un momento de cada día en hacer uso del arte del "dolce far niente" y no lo sabemos. Esta filosofía proviene de la cultura italiana que considera que, dedicar un espacio de cada día a aspectos tan improductivos ("dulce hacer nada"), puede ser muy beneficioso. Practicar el "arte de disfrutar la vida" hace que sintamos que el peso de lo cotidiano disminuye.

El ocio buscado, consciente y voluntario está muy vinculado con la salud mental. Sea entendido como el tiempo que nos dedicamos a nosotros mismos, o como la experiencia subjetiva de gozo, el dolce far niente es una de las claves para caminar por la vida con mejor salud, de una manera más positiva y con mayor motivación. Lo que está sucediendo aquí y ahora no se repetirá nunca más. Es tal la fugacidad del tiempo que muchas veces, no somos conscientes de ello. Todo son prisas, presiones y nos hemos vuelto algo ciegos a la hora de apreciar el instante.

Todos convivimos con cierta presión relacionada con el futuro y con el peso del pasado, cuando en realidad lo único que tenemos a nuestro alcance es el ahora. Así, limitar nuestra forma de vida a lo que fue y será, puede sumergirnos en un estado de ánimo negativo.

Calma, serenidad, atención focalizada en el momento presente, los sentidos orientados a captar cada sensación, cada sabor y cada emociónà Todos somos agentes activos de nuestro destino y es precisamente en el aquí y ahora donde se abren todas las oportunidades. Miremos lo que nos rodea, generemos cambios, busquemos otros caminos y entonces deleitémonos con lo que hemos logrado.

"De esto hace mucho tiempo, en una época en la que todo oficio era una herencia. El hijo aprendía de su padre lo que él había sabido por su abuelo. Las necesidades de la gente eran satisfechas por las diferentes familias que, con sus oficios heredados, se preocupaban de solucionar los problemas. Pero un día llamaron al relojero para que se hiciera cargo de una enorme herencia que un pariente le había legado. Así, el pueblito se quedaría sin relojero. La gente se sintió huérfana. Sin embargo, el relojero se había ido y nada había cambiado. Nos hemos asustado de gusto, decía la gente.

Los días fueron pasando y, a los pocos años, todos los relojes dejaron de funcionar por una causa o por otra. Por eso, cada habitante guardó su reloj en el cajón de la mesa de luz y lo fue olvidando.

Hubo alguien que obró de una manera extraña. Su reloj también se descompuso, pero cada noche, antes de acostarse y en algún otro momento del día, cumplía con el rito de darle fielmente cuerda para que se mantuviera funcionando.

Un buen día retornó el relojero y se armó un enorme revuelo. Todos comenzaron a buscar ansiosamente sus relojes abandonados para hacerlos llegar lo antes posible a la persona que podía arreglarlos. Fue inútil. Los viejos engranajes estaban trabados por el óxido y no había compostura posible para objetos que llevaban tanto tiempo detenidos.

Solamente uno de los relojes pudo ser reparado con relativa facilidad. El que se había mantenido en funcionamiento aunque no marcara correctamente la hora. La fidelidad de su dueño había mantenido su maquinaria lubricada y en buen estado".

Esta nota habla de: