La adolescencia frente a un mundo en crisis
El deporte, el arte y la educación emocional son intervenciones que modelan el cerebro y aumentan la capacidad de resiliencia ante las adversidades
La adolescencia se ha convertido en una etapa central para comprender los desafíos de la salud mental. Es una etapa de construcción donde confluyen los cambios biológicos, emocionales y sociales más intensos del ciclo vital. La neurociencia, la psicología y la filosofía de la mente coinciden en señalar que este período determina de manera decisiva el desarrollo de la personalidad, la capacidad de resiliencia y el bienestar futuro.
A diferencia de otras especies, los seres humanos atravesamos una adolescencia prolongada. El lóbulo prefrontal, encargado de planificar, controlar impulsos y tomar decisiones, alcanza su madurez recién hacia los 25 o 30 años. Mientras tanto predomina el sistema límbico, regulador de las emociones. Esta asincronía explica la impulsividad, la búsqueda de sensaciones y la intensidad emocional característica de los adolescentes.
Un punto clave para comprender la situación actual fue el proyecto OLA (Optimising Local Adolescent mental health), una investigación internacional llevada adelante en Buenos Aires, Bogotá, Lima y Londres con la participación de la Facultad de Medicina de la UBA, la Queen Mary University of London, la Universidad Javeriana de Colombia y la Universidad Peruana Cayetano Heredia. El estudio incluyó a más de 2.000 jóvenes de barrios vulnerables y mostró que tanto la ansiedad como la depresión están estrechamente vinculadas con la exposición a la violencia, el consumo de drogas y el uso excesivo de aplicaciones digitales.
En contraste, la práctica deportiva y las redes de apoyo social actuaron como factores protectores fundamentales. Un hallazgo inquietante fue que solamente el 40% de los adolescentes con malestar logró recuperarse en dos años, lo que evidencia una tendencia de persistencia en los síntomas dentro de este grupo.
La resiliencia es una capacidad determinante en la adolescencia. Se construye a partir de experiencias vitales y se fortalece con el resppaldo social, la actividad física, el arte y una nutrición adecuada. Estas prácticas no solo generan bienestar sino que también modulan directamente la arquitectura cerebral en un momento en el cual la plasticidad es máxima.
La plasticidad cerebral se refiere a la capacidad del cerebro para reorganizarse y adaptarse según la experiencia. Investigadores como Takao Hensch han demostrado que existen "períodos críticos" del desarrollo donde las conexiones neuronales se consolidan o se descartan de acuerdo con los estímulos recibidos. De allí la importancia de ofrecerles a los adolescentes experiencias enriquecedoras que potencien aprendizajes positivos y regulen la emocionalidad.
El deporte, el arte y la educación emocional no son meros complementos, son intervenciones que modelan el cerebro, fortalecen la regulación de las emociones e incrementan la capacidad de resiliencia frente a las adversidades.
El adolescente es especialmente vulnerable a las conductas adictivas. La sensibilidad del sistema de recompensa, sumada a la inmadurez del lóbulo prefrontal, facilita que el consumo de alcohol, drogas o el uso compulsivo de pantallas deje huellas duraderas en los circuitos cerebrales.
El entorno social puede agravar o mitigar estas vulnerabilidades. La pandemia fue un ejemplo claro: el aislamiento social, la interrupción de la escolaridad, la incertidumbre global y la angustia de finitud elevaron la fragilidad emocional, aunque al mismo tiempo se comprobó que dormir bien, mantener rutinas, realizar actividad física y sostener vínculos significativos protegieron a muchos adolescentes del deterioro psicológico.
El suicidio es actualmente una de las principales causas de muerte en la adolescencia, solo superada por los accidentes de tránsito. La Organización Mundial de la Salud calcula alrededor de 900.000 muertes por año en todo el mundo, con una proporción mucho mayor de intentos.
Las principales causas entre los jóvenes incluyen la depresión grave, los trastornos de personalidad, las adicciones, la esquizofrenia y el estrés extremo. Estudios realizados con neuroimágenes han evidenciado alteraciones en los sistemas de neurotransmisión en pacientes suicidas, lo que demuestra que se trata de un problema biológico, psicológico y social al mismo tiempo.
La prevención requiere detectar marcadores de riesgo: intentos previos, señales verbales de desesperanza, aislamiento y consumo problemático de alcohol o drogas. También es fundamental contar con redes sociales de apoyo e intervenciones comunitarias.
- La salud mental juvenil es un desafío colectivo. Y como no alcanza con la atención clínica individual se necesitan:
- Políticas públicas que reduzcan desigualdades y garanticen educación, empleo y vivienda digna.
- Acción comunitaria que genere espacios para el deporte, el arte y el encuentro social.
- Prevención en escuelas sobre regulación emocional, autocuidado y resiliencia.
- Servicios de salud accesibles, con rapidez de respuesta y abordajes que vayan más allá de la medicación y de la psicoterapia tradicional.
Hablar de salud mental adolescente no es solo atender síntomas sino también transformar condiciones de vida que provocan sufrimiento, como la pobreza, la violencia, la inseguridad y la desigualdad.
La adolescencia es una etapa fascinante y frágil, en la cual el cerebro se remodela a gran velocidad. Encender esa lámpara de la que hablaba Plutarco requiere vínculos sólidos, espacios de pertenencia, actividades que canalicen la energía emocional y políticas que reduzcan la exclusión.
El proyecto OLA mostró con evidencia que, en contextos de vulnerabilidad, el deporte y el arte pueden ser tan protectores como un tratamiento clínico. La prevención del suicidio recuerda la urgencia de actuar antes de que el dolor se cronifique. Y la neurociencia, al poner en primer plano la plasticidad y la resiliencia, abre caminos para entender que acompañar a los adolescentes es también moldear su cerebro, su presente y su futuro.
Mejorar la salud mental juvenil es una de las tareas más urgentes de nuestra época. Es un compromiso que involucra a la ciencia, a la política y a la sociedad entera para sostener a quienes transitan el complejo viaje de convertirse en adultos en un mundo incierto.