Lágrimas en el paraíso, Racing Campeón
A una semana de la epopeya académica, algunos trazos sobre el sentimiento inexplicable
La leyenda de Peter Pan dice que él, como niño eterno, conservó su habilidad para volar y jugar con pensamientos felices. El 4 de noviembre de 1967 Racing le ganó la final de la Intercontinental al Celtic en Montevideo; por la noche regresaron a Avellaneda con la copa. Estuve ahí cuando el capitán, Oscar Martín, encabezó la fila de jugadores y cuerpo técnico, levantando el trofeo. Parecía tan fácil ser como Peter Pan, tenía 8 años, creía poder volar y el pensamiento feliz adicional a tanta alegría fue que en las tribunas había banderas de todos los equipos saludando a los campeones.
Pasaron años y mientras escribimos en primera persona el compañero Merino me deja palabras con filo de aguijón: “Escuchame, ¿todos los de Racing lloran tanto? ¿Por qué?”.
Intentaremos responder por aquí, apenas sujetando la tentación y en pleno ego para esgrimir mi primer carnet del club siendo un bebito, los tres partidos presenciados en el Cilindro con mi abuelo y mi mamá en 1966, la gloria de 1967 y la caída paulatina, estrepitosa e interminable en apariencias.
Ahí nos sacudieron el descenso, la quiebra, e incluso siendo agnóstico, los años de implorar milagros.
Los hinchas de Racing lloramos por la emoción, la pertenencia y por marcas en el alma.
Heridas en décadas donde “no todo pasó” y había que honrar eso de que “todavía cantamos”.
Priorizando lo emotivo y sin buena prensa, como la empatía y la reciprocidad, no abarcaremos en el análisis los valores tácticos, estratégicos y la calidad individual del equipo de Gustavo Costas.
Porque el Campeón de la Copa Sudamericana 2024 atravesó hasta la lógica de mercado y capitalismo dominante en la región, al evadir el pago de tasas e impuestos al sueño colectivo.
¿Por qué lloramos los hinchas de Racing, incluido Costas?
Lo hacemos por el desborde de alegría, porque ya pasaron los años donde era sentencia machirula eso de que “los hombres no lloran”. Lloramos desde la certeza de que el fútbol podrá ser lo más importante de lo menos importante. A sabiendas de que el amor no vence al odio y que pocas veces tiene chances de empatarle, podemos decir que, de tanto en tanto, le tira un caño.
Nuestras banderas celeste y blanca, la enarbolamos los sub 66 o similares, otros y otras. Lucimos el perfume de Racing al filo del dolor para abrazarnos a los hijos, a nuestros muertos, a seres queridos. Se trata de una sinergia que puede detonarse en el Cilindro, frente al televisor, por las calles, en trenes y colectivos.
Porque además ofrecemos otra prueba documentada de que el amor le tira caños al odio.
Pongo a consideración del público y lectores mi agenda de apuntes vía WhatsApp, donde amigos, amigas, ex compañeros, todos y todas de diferentes clubes -incluso del clásico rival- nos dejaron mensajes minutos después de Racing 3 Cruzeiro 1, resumo algunos:
“Tu alegría es mi alegría”, escribió René Asan, mi hermano de la esquina e hincha de Independiente. “Felicitaciones mi amigo, merecido para un gran equipo” Mariano Boettner, hincha de River. Otro millonario, Carlos Elorza, nos dijo “Disfruten Autalán e hijo, lo que ganó Racing no lo paga ninguna guita en el mundo”. “Un logro Académico en paralelo a los ciclos económicos de la Argentina” reseñó el xeneize Héctor Medina con referencia a 2001 y desde el humor peronista.
Por su parte Damián Vais me invitó a llorar a dúo: “Felicitaciones, campeón, me emocionaron. Vino mi hijo y me dijo '¿por qué estás llorando papá?' Y le dije: hay cosas que no tienen explicación”.
En el sector racinguista, con sus cualidades de acompañante incondicional siempre, se trate de fútbol o no, Sofía Bustamante me escribió en la previa, ante los desbordes de ansiedad: “quedate tranquilo. Y si querés cábalas, bueno, la última vez que llenamos dos estadios salimos campeones”.
También en la recta final Daniel Ojeda, apeló al destino y profecías. “Ganamos la Supercopa en 1988 ante Cruzeiro, dos años antes la Argentina fue Campeón del Mundo en México. Pensá conmigo, ¿cuántos años hace que la Selección se coronó en Qatar?”
Restan otros saludos, desde Barcelona, Italia, Santiago del Estero y más, esas palabras con nobleza y afecto. Las que gambetean algoritmos y son un golazo de tiro libre directo al corazón.
Lo esencial, el sentimiento inexplicable donde nos abrazamos a los desconocidos o a los que ya no están.
Un motor de lágrimas para compartir por 11 tipos propios corriendo detrás de una pelota.
Y de eso se trata, porque el gran secreto de Peter Pan fue que preservó sus sueños felices a lo largo de la vida, para ello -ya siendo adulto mayor- continuo jugando como si fuese un niño de 8 años.