Piratas, Montecristo y el soleado barco pornográfico
La escena sexual
El porno -o, mejor dicho, el viejo porno- tiene una ventaja: los cineastas que se dedicaban a él, a veces poco dotados para el foco y las luminarias, se sentían las personas más libres del planeta. Y registraban en celuloide, en ocasiones, cosas que hoy nadie haría o se atrevería siquiera a pensar. Recorriendo nuevamente ese sitio de cabecera de todo buceador de lo extraño que es Eroticage.net, abundan las películas donde puede suceder cualquier cosa con tal de que las secuencias terminen en un explícito encuentro sexual. Por supuesto, la mayor parte tiene la desventaja notable de todas las malas películas: generan un aburrimiento feroz cuya única ventaja es ser efectivos antídoto contra el insomnio. Pero en ocasiones sucede que algo nos atrae y lo miramos completo. Incluso más: no podemos olvidarlo. Esto es lo que ocurre con Captain Lust, una producción estadounidense de 1977 que merece ser vista no solo por quien busque mirar a los humanos fingiendo que se reproducen sino, también, por quienes desean saber cómo es eso de contar un cuento.
Convengamos: lo cuentan más o menos. No es que se trata de una película de John Ford, claro que no. Captain Lust es una producción de una productora que se llama “Anónima” y fue dirigida por un tal Beau Buchanan, que seguramente se haya llamado (o se llame, no tenemos el dato) de otro modo. Pero es lo de menos. Primero vayamos a los defectos: hay una fotografía paupérrima donde, en algunas secuencias, reina la oscuridad. Y también encuadres poco felices que revelan menos de lo que deben. Claro que esto último tiene una explicación que podrían darles Kevin Reynolds -que hizo Waterworld- o James Cameron -que hizo Titanic: nada hay más difícil que filmar en el agua. Y esta película se rodó en una isla tropical, más precisamente sobre la réplica de un barco pirata llamado Black Swan. Y bueno, la cámara se mueve a veces como no debe. Las olas, se sabe, no respetan las órdenes del realizador.
Más allá de estos defectos, lo que prima es el humor y un dejo de parodia que nos termina de convencer de la necesidad de seguir mirando. Hay dos hermanos, ella y él, que asumen una identidad diferente para subir al barco de marras y tomarse venganza del Capitán Lust (“Lust”, si no es ducho en inglés, es “Lujuria”). Parece que Lust es un pirata malísimo que en el pasado mató al padre de nuestros héroes. En ese hilo de la historia hay algo o mucho tomado prestado (o robado descaradamente) de una novelita llamada El Conde de Montecristo, obra cumbre del relato de aventuras y del tema de la venganza. Claro que en el libro de Alejandro Dumas hay pocos sexo. Bueno, no, hay hijos extramaritales perdidos, amantes inconfesables e infidelidades, pero la parte mecánica del asunto está bastante oculta. En Captain Lust, como el título lo indica, es todo lo contrario.
La historia sigue su curso con bastante ritmo, y las interpretaciones, si bien algunas de las actrices especialmente parecen tener la dicción de un jacarandá sin florecer, son divertidas: da la impresión de que todos se toman el cuento al mismo tiempo en serio y en broma (lo que quizás explique el jacarandismo de las actrices mencionadas más arriba) y hay bastantes secuencias sexuales con sus respectivos gemidos, aunque es cierto que en algunos casos la oscuridad de la fotografía conspira contra el deseo por el detalle. Pero es eso, un detalle: también se sale a la soleada cubierta del navío para descargar las urgencias de la carne.
Lo interesante es que en alguna secuencia aparece algo que hoy sería imposible de filmar, mucho menos con este tono de farsa constante: una violación que termina en realidad en lo que el medio suele llamar “gangbang”, que no es más que una jugadora solitaria contra varios jugadores comunitarios, todos sin ropa. Esto, en la película, es algo más dentro de la trama y no se subraya especialmente. No habría motivo: son piratas mal entrazados y tienen una señorita a su disposición y es, además, una película porno. Pero hoy una producción del porno mainstream no incurriría en esta clase de secuencia. Sí, tal cual: cierta corrección política (no vamos a juzgar si en este caso es acertada o no la exclusión) también le marca la cancha al porno, que solía carecer de restricciones narrativas aunque no morales. En el segundo caso, se supone que son todos actores y que lo que vemos es consentido e incluso divertido para todos los participantes. Pero en el clima de hoy tal secuencia resultaría muy molesta. De paso, una película de este tipo, justamente por su pertenencia a un género marginal que se hacía al margen de la gran industria, funciona como documento de qué se podía mostrar y qué no en cierta época.
El final incluye cañones, tiroteos, espadas y gente cayendo -imaginamos que sin pagar seguro de vida- al agua desde los mástiles del barco. Y, una vez consagrado el triunfo de (ejem) la virtud y el castigo de (ejem) el vicio, los sobrevivientes de dedican, mientras suben los títulos, a solazarse en una orgía a pleno sol y con no pocas bebidas espirituosas. Todo es feliz, cachondo en un sentido amplio, y en más de un aspecto, infantil. El sexo es una excusa para que un par de tipos con algo de plata se lanzaran a hacer “una de piratas y aventuras”, y como ya habían pasado la mayoría de edad, decidieron también solazarse con el viejo y querido uno-dos. Puede probar sin restricciones, a menos que sea, claro, menor de 18. No, no está Johnny Depp, pero dado lo que sabemos de él, gustaría de ver esta película.