Festival de cine de Venecia: premios y balance
Qué películas ganaron en los principales rubros en un Festival que presenta sólo premieres mundiales
Especial para BAE Negocios
Desde Venecia
La muestra del arte cinematográfico de la Biennale de Venecia culminó su edición número 80 con un Palamarés razonable. Más allá de señalar lo que en lo personal parece un olvido y cierta sobreactuación innecesaria, se ha reconocido con algún premio a lo más interesante de esta entrega. No siempre es así y era mucho lo que se había visto en estos 11 días de fiesta cinéfila.
Es verdad que un festival que, salvo en lo que hace a la sección Venice classics (que otorga también un premio, que fue para la casi secreta película japonesa Moving, de Shinji Somai, de 1993) presenta sólo premieres mundiales, no puede mantener una homogeneidad de calidad en las propuestas. Es lógico: tal el precio a pagar por la primicia. Pero, en ese contexto, no puede sino concluirse en que esta ha sido una muy buena edición, y el recorrido por los premios nos permite comprobar esta afirmación.
El premio mayor para Poor things del griego Yorgos Lanthimos era un secreto a voces. Se trata de un director que ha sabido ganar prestigio y muchos seguidores entre la cinefilia. Cierta tendencia a la crueldad me aleja habitualmente de sus propuestas, pero sus pretendidas extravagancias (que sin embargo respetan de algún modo los mandatos del mainstream) parecían terreno adecuado para un jurado presidido por Damien Chazelle (La la land). Y así fue. Y no está mal para esta especie de Frankenstein feminista, con una (como siempre) brillante Emma Stone y un humor y empatía hasta ahora desconocidos para el realizador de Canino y La langosta.
El gran premio del jurado para Evil does not exist, del japonés Ryusuke Hamaguchi, parece también la decisión más lineal y esperable. Una pequeña gran película de un director que en 2021 había logrado el prodigio de presentar dos obras maestras: La rueda de la fortuna y la fantasía (en Berlín) y Drive my car (en Cannes). La película aquí galardonada es más minimalista, con un acercamiento más propio del cine independiente. Haciéndose fuerte en un brillante diseño sonoro y funcional música, el realizador se acerca a la dinámica de un pequeño pueblito cercano a Tokio cuyo devenir puede verse modificado por el proyecto de instalación de un glamping (así se denomina a los campings con más y mejores servicios: camping + glam= glamping… en fin…). Película de grandes actuaciones y pequeños detalles, el ritmo y la interrelación con la naturaleza son el marco para una sensible y algo oscura reflexión.
El premio especial del jurado para Green border, de Agniezka Holland también es correcto. Y ciertamente arriesgado al reconocer la obra de una directora que usualmente poco interesa a la cinefilia más dura. Pero de eso se trata: de dejar de lado los prejuicios. Lo cierto es que la directora de Europa, Europa y Mr. Jones llegó a Venecia con una potente película que detalla las salvajes violaciones a los derechos humanos más esenciales en la frontera entre Bielorrusia y Polonia. Durante más de dos horas, en un pertinente blanco y negro, vemos como los migrantes engañados por políticos y oportunistas son literalmente tirados a uno y otro lado de la frontera cual terrorífico e inhumano partido de tenis. La directora fue muy contundente al recibir el premio: “Esto sigue pasando en Europa hoy en día. Y si no se hace nada al respecto no es porque no existan medios sino porque se decide no hacerlo”, dijo.
De hecho, para quien escribe estas líneas resulta más formalmente interesante y políticamente comprometida esta película que la excesivamente laureada Io capitano de Matteo Garrone, que se alzó con el premio al mejor director y su protagonista Seydou Sarr el premio como actor revelación. Se trató posiblemente del aplauso más extendido. La película narra el viaje de dos adolescentes desde Dakar a Libia para cruzar el Mediterráneo rumbo a Italia. Los horrores a los que son sometidos son indescriptibles y el film los encara con el tono de una deriva de aventuras. No es que la película sea fallida, más hay algo de condescendencia en la mirada eurocéntrica que también podía sentirse en la sobreactuación de la ovación de pié frente a un emocionado joven que sólo pudo decir “gracias”.
La copa Volpi a la mejor actuación femenina fue para Cailee Spaeny por su muy correcta interpretación de Priscilla Presley en la película dirigida por Sofía Coppola y la del mejor actor fue para Peter Sarsgaard, por Memory, de Michel Franco. Mientras que la primera recibió el premio incómoda, apurada por terminar con ese momento (timidez, sin dudas), el actor se despachó con una perorata interminable en la que, entre otras cosas, advirtió contra los peligros del avance de la inteligencia artificial, defendiendo el cine escrito, hecho y actuado por humanos, para humanos. El premio para el mejor guión fue para El conde, de Pablo Larraín (ya accesible en Netflix). Las películas más interesantes, personales y arriesgadas The beast, de Bertrand Bonello y The theory of everything, de Timm Kröger, se fueron con las manos vacías.
En las otras secciones cabe señalar que el premio mayor de Orizzonti fue para la húngara Explanation for everything, de Gábor Reisz, en tanto Mika Gustavson fue reconocida como mejor directora por Paradise is burning. Love is a gun, del taiwanés Lee Hong-Chi se llevó el León del futuro, que reconoce a la mejor opera prima (del jurado presidido por Alice Diop formaba parte la argentina Laura Citarella).
Los premios principales de las secciones paralelas fueron para Humanist vampire seeking consenting suicidal person, de Ariane Louis-Seize (Giornate degli autori) y Malqueridas, de Tana Gilbert (Semana de la Crítica).