Enviado especial a Montevideo

El cine rioplatense evidencia una historia compartida en la que los momentos sociales y políticos vividos en cada país han influido en la forma particular de un diálogo siempre fructífero y constante. En ese contexto no es de extrañar la corriente de conocimiento y cariño que existe entre los cineastas, críticos y cinéfilos de ambos países. De las catorce horas de la monumental La flor, de Mariano Llinás, a una docena de cortometrajes (entre los que destacan Shakti de Martín Rejtman y Blue boy, de Manuel Abramovich) la presencia argentina en el 37° FCIU es constante.

La competencia principal ha programado la coproducción con la Argentina Monos, de Alejandro Landes y fuera de concurso, pero dentro de la oficial, la coproducción con España y Uruguay Los tiburones, de la uruguaya Lucía Garibaldi. En la iberoamericana participan De nuevo otra vez, de Romina Paula, La omisión de Sebastián Schajer y Tarde para morir joven, de Dominga Sotomayor. En la competencia de largos Nuevos realizadores encontramos El día que resistía, de Alessia Chiesa, y en la de Cine de derechos humanos Chubut, libertad y tierra, de Carlos Echeverría, La casa de Argüello, de Valentina Llorens y Operación Cóndor, de Andrea Bello y Emiliano Serra. En otras secciones encontramos La boya, de Fernando Spiner, Vendrán lluvias suaves, de Iván Fund, Introduzione alloscuro, de Gastón Solnicki, 67/75 comarca beat, de Alejandro David, Para la guerra, de Francisco Marise, Cubanas. Mujeres en revolución, de María Torellas y El futuro que viene, de Constanza Novick. El estreno de películas latinoamericanas siempre es bastante marginal. Eventos como el FCIU favorecen el conocimiento y difusión de un cine como el argentino que destaca por su cantidad, calidad y diversidad, donde la creciente participación de las realizadoras aparece como un hecho de justicia tan necesario como inevitable.