La empatía: una estrategia de gran valor
El encierro, el aislamiento afectivo y efectivo, nos hace daño
Dicen que algunos de los problemas más importantes de nuestra época parecen ser la superficialidad, la comodidad, el miedo a pensar, la huida del compromiso, el vivir al día, la tecnología excesiva, la dependencia de las modas. Sin embargo hay quienes acentúan una dolorosa sensación de soledad, que a menudo va acompañada de un insoportable aburrimiento crónico.
Pero el dolor por la soledad y el aburrimiento no son sólo un problema de los jóvenes, sino que al menos así lo sienten muchos es el drama también de los adultos. Resulta simpático el letrero de un bar: "No tenemos wifi, hablen entre ustedes". En gran medida la tecnología es el enmascaramiento de la soledad. Una terrible soledad que nace del aislamiento, del cerrarse sobre uno mismo para olvidar las heridas recibidas en el trato con los demás. No resulta cautivante el pensar lo que vivimos, decir lo que pensamos, vivir lo que decimos; lamentablemente también hemos renunciado a querer a los demás. En ambas líneas enriquecimiento de la cabeza y ensanchamiento del corazón siempre se está a tiempo de recomenzar sin pactar con la soledad o con el aburrimiento sino apostando a la apertura.
Es verdad que el abrirse a los demás nos hace sentir vulnerables. Como no quiero sufrir más, prefiero no conocer a nuevas personas, no tener nuevos amigos: basta con encerrarme en mi caparazón y resistir la tormenta con la renta de los momentos gozosos de mi vida pasada. Esto es una trampa, un razonamiento engañoso: el encierro, el aislamiento afectivo y efectivo, nos hace daño, porque los seres humanos estamos hechos para querer y sentirnos, por lo menos, tenidos en cuenta.
íCuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los demás. Es tentador quedarse en el refugio de la propia comodidad y no darse por enterado de lo que nos desagrada o nos compromete. Pero desde adentro, nuestra sensibilidad nos invita a no caer en la indiferencia que humilla, en la rutina que anestesia el ánimo, en el cinismo que destruye.
Es urgente que seamos "expertos en humanidad", porque hombres y mujeres somos criaturas vulnerables, dependientes, necesitadas. Y esto se aprende con la práctica misma. La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con los que más sufren. Cuando empatizamos con los demás, cuando nos hacemos cargo de sus gozos y tristezas, de su salud y dolores, de sus miserias y grandezas, de sus necesidades de todo tipo, estamos llamados, impulsados a poner por obra un verdadero humanismo.
Forzar la empatía de quien tenemos enfrente puede ser una excelente técnica para negociar y alcanzar acuerdos. Lograr que la otra persona sea capaz de ponerse en nuestro lugar es una herramienta de gran poder. Uno de nuestros mayores problemas de convivencia es la incapacidad de ponernos en el lugar de los demás. Nos estamos convirtiendo en seres endurecidos en sus propias visiones, percepciones y necesidades. El "primero yo y luego los demás" o el "mi verdad es la única que cuenta" es el origen de tanta crispación en el día a día y en el universo de las redes sociales.
Sin embargo, mostrar comprensión y conexión emocional hacia alguien no es una tarea fácil. Se trata de un músculo psicológico que debemos habilitar. Es preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, por quienes son más frágiles y que a menudo quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno por el otro en la familia, en el colegio, en el trabajo, en la calle.
La empatía es ese hilo invisible que nos une con otras personas. Es fundamental potenciar esta capacidad, ya que conlleva importantes beneficios: nos ayuda a establecer vínculos sólidos y satisfactorios, potencia nuestra inteligencia emocional y contribuye a nuestro bienestar integral. Desarrollarla supone un trabajo de tiempo completo. Se requiere de un proceso continuo para convertirse en una persona más empática. En este sentido, resulta necesario apelar a la escucha activa, entrenar la tolerancia y no dejarse llevar por los prejuicios. Es hora de una nueva revolución copernicana que nos haga salir de este egocentrismo.
"La historia cuenta de dos hermanos que se querían con toda el alma. Ambos eran agricultores. Uno se casó y el otro permaneció soltero. Decidieron seguir repartiendo toda su cosecha a medias.
Una noche el soltero se dijo: "No es justo. Mi hermano tiene mujer e hijos y recibe la misma proporción de cosecha que yo que estoy solo. Iré por las noches a su montón de trigo y le añadiré varios sacos sin que él se dé cuenta.
A su vez el hermano casado también se dijo: "íNo es justo! Yo tengo mujer e hijos y mi futuro estará con ellos asegurado. A mi hermano, ¿quién lo ayudará? Iré por las noches y le añadiré varios sacos sin que se dé cuenta.
Así lo hicieron. Fue grande la sorpresa cuando ambos se encontraron en el camino, llevando sacos uno para el otro. Se miraron, comprendieron lo que pasaba y se abrazaron con un abrazo de hermano, aún más fuerte que antes."