Reflexiones en cuarentena

Una vida vibrante, perfumada y jugosa

Por Laura Isanta (#) Especial para BAE Negocios

BAE Negocios

Añoro los tomates de mi infancia. Quienes han vivido su niñez hace más de cinco décadas atrás, seguramente recordarán aquellos tomates rojos, maduros y algo dulzones que teníamos el privilegio de comer cuando éramos niños.

En aquellos tiempos los pequeños también teníamos el privilegio de poder andar solos por la calle así que íbamos a hacer algunos mandados. A mi me encantaba ir a la verdulería y aún hoy se me hace agua la boca al recordar como disfrutaba de aquel tomate de color rojo intenso, dulzura justa y textura jugosa que chorreaba por mis manos mientras lo comía de regreso a casa.

 

Aquellos tomates pululaban en verano pero escaseaban en invierno, por eso, a finales de la época estival cuando el precio del cajón era barato, producto de su abundancia y de la velocidad de su maduración, las abuelas preparaban grandes cantidades de botellas de conservas que guardaban en sótanos o habitaciones protegidos de la luz para utilizar a lo largo del año. Y con los tomates más maduros preparaban deliciosas mermeladas.

Pero con los años, poco a poco los atributos de estos maravillosos frutos fueron desapareciendo y comenzaron a saber a plástico, su textura se fue tornando carnosa pero nada jugosa, ya no quedaban rastros de su dulzor y el rojo brillante de su color había empalidecido.

Creí por mucho tiempo que esto se debía a manipulación genética pero luego supe que su primacía había sido producto de la selección. Los agricultores y los consumidores han ido seleccionando a lo largo de los últimos 50 años los tomates que consideraban más “parejos y resistentes al medio” lo que le quitó lugar a los más sabrosos y perfumados.

 

El proceso de mi vida fue similar al de mi fruta favorita. A medida que crecía iba ganando muchas cosas que serían buenas para alcanzar algunos de los objetivos de mi vida pero también iba perdiendo otras que me hubiera hecho bien conservar para disfrutar de un mayor bienestar y felicidad.

 

Muchos de nosotros les hemos dado una mayor primacía a aquellas cosas que creímos que nos otorgarían una vida con ciertas seguridades, sin grandes altibajos y que nos permitirían sobrevivir en contextos adversos. Hemos ido construyendo nuestra vida y buscando la felicidad sembrando, cada día más, aquellas actitudes, comportamientos y hábitos que nos garantizaran una vida “pareja y resistente al medio” y esto, sin ser a veces demasiado conscientes de ello, nos fue quitando terreno donde sembrar actitudes, comportamientos y hábitos que nos garantizaran una vida ”vibrante, perfumada y jugosa”, en definitiva una vida sabrosa.

Por suerte,  tal como aún hoy ocurre con los tomates donde es posible encontrar en el seno de pequeñas comunidades lo que se conoce como variedades “heirloom” o “heredadas” que son aquellas variedades que abundaban antes de la industrialización, también es posible encontrar guardados en nosotros, en el seno de nuestra naturaleza humana, semillas de aquellos tiempos de nuestra vida en donde abundaban el asombro, la mente de principiante, el disfrutar de las cosas simples de la vida, jugar, hacer preguntas, crear y soñar. 

No han desaparecido, ni se han extinguido y eso es una buena noticia.

Si la siembra de nuestra vida ha sido en su mayoría de variedades cuyos atributos han sido la forma y la durabilidad y esto ha ido en detrimento de nuestra felicidad es hora de ir a buscar las semillas guardadas que le devuelvan el sabor y el aroma a nuestra vida.

 

# Diplomada en psicología positiva y felicidad organizacional. Especialista en Apreciatividad

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