Una mente abierta, libre de prejuicios
Urge empezar a ser personas abiertas y tolerantes
Todos tenemos prejuicios, imágenes anticipadas de algo o de alguien. Actitudes, positivas o negativas, que usamos para valorar y etiquetar a personas o grupos que aún no conocemos demasiado.
Se considera que los prejuicios tienen tres componentes. Uno cognitivo o mental, es decir los estereotipos que mantenemos interiormente. Otro afectivo, o sea, las emociones y sentimientos que se despiertan frente a los otros. Y el último, el conductual que se expresa en la discriminación y en las conductas negativas hacia los demás.
Normalmente, desde pequeños, vamos adquiriendo ciertos prejuicios que instalamos en nuestra mente y de los que incluso, a veces, no somos conscientes. Es que las personas tendemos a categorizar, a dividir a las personas según categorías. De este modo los prejuicios nos limitan, evitan que abramos nuestra mente por completo, que podamos ser realmente «libres" de pensamiento. Organizan, casi prácticamente, toda nuestra vida cotidiana.
William Hazlitt decía: "El prejuicio es el hijo de la ignorancia". Los prejuicios nos engañan, nos hacen ver una realidad que no es la correcta. Nos hacen creer que lo que presuponemos es verdad, condicionándonos y esclavizándonos. Liberarse de los prejuicios no es algo sencillo, ya que están tan interiorizados y estamos tan expuestos a ellos, que es casi una lucha difícil de ganar, aunque no imposible.
La vida de nuestro entorno nos moldea desde niños. Son las experiencias, en las que nos relacionamos con personas diferentes a nosotros, en las que salimos de nuestro entorno habitual, nos documentamos, viajamos y probamos rutinas diferentes, las que van flexibilizando el esquema impuesto por la genética. En la medida en que somos capaces de mirar al exterior con ojos de curiosidad, y no desde el prejuicio, estamos dando un gran paso en el camino hacia la tolerancia.
Pretender que nuestra manera de entender la vida sea la única correcta y con sentido es una forma de pensar muy limitante y que, lejos de enriquecernos, nos va haciendo más pobres. Una pobreza de alma. La verdadera riqueza viene de las lecciones que aprendemos día tras día en nuestras vidas. Lecciones que nos hacen más abiertos y tolerantes y que nos enseñan a no ser el juez de los demás, pues todos somos distintos.
Lo nuestro, lo que nos es familiar, lo que acostumbramos a ver y a hacer parece ser "lo único normal". Lo que no forma parte de nuestras costumbres es lo raro, lo extraño. Es como si hubiera una línea fronteriza entre lo correcto y lo incorrecto. Entre la verdadera manera de hacer y entender las cosas y la manera extraña y sin sentido alguno de hacerlas. El mayor prejuicio es pensar que "lo mío es correcto, lo tuyo es incorrecto". No podemos pretender entender solamente lo nuestro como un producto del sentido común, y lo de los demás como una suerte de catástrofe del sin sentido. Si tan sólo pudiéramos dejar de mirar nuestro ombligo y mirar más allá: "Yo soy como soy y tú eres como eres, construyamos un mundo donde yo pueda ser sin dejar de ser yo, donde tú puedas ser sin dejar de ser tú, y donde ni yo ni tú obliguemos al otro a ser como yo o como tú".
Giacomo Leopardi decía: "El alma siempre tiende a juzgar a los otros por lo que piensa de sí misma". Pero el daño que causa juzgar, es algo muy fuerte. Debemos dejar de invertir tanto tiempo en ver qué hacen, cómo lo hacen y por qué hacen ciertas cosas el resto de las personas. Nuestra perspectiva no es la única. Urge abrir nuestra mente y permitirnos descubrir nuevas perspectivas con las que podremos ampliar la visión del mundo. Empezar a ser personas abiertas y tolerantes.
Las diferencias no son algo negativo, sino algo que nos ayuda a abrir la mente ante situaciones variadas. Afirma el Dalai Lama: "La gente toma diferentes caminos en la búsqueda de la felicidad y la realización. Que no caminen por tu mismo camino no significa que se hayan perdido". Podemos dar nuestra opinión, pero sin intentar que las personas recorran y miren la vida de la misma manera en que nosotros lo hacemos. Una cosa es suponer que uno está en el camino cierto; otra es suponer que ese camino es el único.
Decía Albert Einstein que el auténtico potencial de nuestra inteligencia está en la capacidad de ser elásticos y flexibles, contemplar objetivamente una situación desde diferentes puntos de vista y no sólo desde el propio. Es muy peligroso encasillar situaciones desde ideas que distan mucho de la realidad, o sea, desde los juicios previos que construimos.
"Un día, un hombre perdió su hacha, y empezó a sospechar del hijo de su vecino. Todo en él le indicaba que se trataba del ladrón: observó la forma de caminar del muchacho y le pareció que, efectivamente, andaba como un ladrón; observó su forma de hablar y pensó que hablaba igual que un ladrón; y observó minuciosamente sus gestos. No tenía ninguna duda: ¡eran los gestos de un ladrón!
Pero días después, encontró su hacha tirada en el valle. Y al regresar a su casa, comenzó a observar que el hijo de su vecino realmente no tenía ninguna pinta de ladrón".