Ladrones, asesinos y otros criminales en la grilla de Qubit.TV
El cine criminal ha dado muchas de las obras maestras del cine. Aquí recorremos títulos de todo el mundo, de Japón a Italia pasando por Hollywood, que destacan en el acervo de Qubit.TV. Los motivos del malhechor narrados desde el drama y la comedia.
El cine nos brinda la posibilidad de ser quienes no somos, de ver lo que no podríamos ver, de sentir emociones fuertes de un modo -digamos- inofensivo. El cine policial o, para ser más precisos, el cine criminal, es una prueba. Hablamos de "cine criminal" porque no se trata de elucidar un caso sino en ver cómo intenta salirse con la suya el marginal, el que apuesta su ética al lado oscuro de la moral. Casi todo el cine negro es cine criminal; la Argentina tiene en realidad menos policiales que películas sobre el crimen (piensen en El Aura o Nueve Reinas, las dos películas de Adrián Bielinsky). Para ver una genealogía, con diferencias de tonos y orígenes, respecto del género, lo mejor es revisar la selección de Qubit.TV, la plataforma especializada en clásicos, que posee una selección notable.
Veamos un ejemplo ligero: Los desconocidos de siempre, de Mario Monicelli. Ambientada en la posguerra italiana, relata la dudosa aventura de un grupo de inútiles que o no consigue trabajo o prefiere no tenerlo, convencidos de que en cierta casa hay, tras una pared, un montón de dinero escondido. La banda está integrada -nada menos- por Marcello Mastroianni, Vittorio Gassman, Renato Salvatori y hasta aparece el notable Totò. Hay una chica bella, de paso (nada menos que Claudia Cardinale) y toda la película es un retrato de una Roma que aún estaba encontrando el impulso para reconstruirse. Pieza clave de la picaresca y de la commedia all'italiana, es sin dudas un ejemplo de filme criminal: importa los motivos, las necesidades, las personalidades de esta banda de torpes. El robo es memorable.
En las antípodas -también geográficas- se encuentra La venganza es mía, del maestro japonés Shoei Imamura. Ganador dos veces en Cannes (por La balada de Narayama y por La Anguila), Imamura resiste cualquier categorización. Es contemporáneo al mismo tiempo de Kurosawa -por edad- y de Oshima -por la irreverencia con la que siempre ejerció el cine-, y en La venganza... narra de un modo seco y alejado de cualquier psicologismo la historia de un asesino serial y estafador que parece carecer de toda empatía hasta que -pasa en las mejores familias y con las peores mentes- se enamora. Pero Imamura no se queda tampoco con el romance y lleva la película a extremos que sólo pueden caracterizarse (como pasa con otras de sus obras maestras como Eijanaika, La mujer insecto o Kanzo Sensei) como parodia. Alejada de cualquier convención, La venganza es de esas películas que uno cree que no existen y después no puede olvidar.
Es muy probable que uno de los mejores analistas de la mente criminal haya sido el francés Jean-Pierre Melville, cuya obra breve y concisa está plagada de obras maestras del género. Quizás la más grande sea El círculo rojo, que narra cómo un grupo de criminales planea el robo perfecto (ese robo, en la pantalla, es una secuencia extraordinaria de media hora de duración, de esas que los seudo críticos olvidan cuando hacen ránkings y esas cosas, perdonen la catarsis). Melville comprende dos cosas: que el crimen no se dice sino que se insinúa -de allí el uso del silencio, de las miradas, del gesto sutil- y que ese trabajo sólo pueden realizarlo grandísimos actores. Que aquí son Yves Montand, Gian-Maria Volonté y un extraordinario Alain Delon. Tarantino la vio mil veces, seguro.
El otro analista de la mente criminal que nos dio el cine fue -indudable- Alfred Hitchcock. Siempre se destaca su pericia técnica para crear eso que llamamos "suspenso", pero es necesario decir que no solo el suspenso es consustancial a cualquier cuento bien contado (sea el género que fuere) sino que en el caso de Sir Alfred, es la manera de comunicar el miedo. Hitchcock, él mismo lo decía, era un miedoso que trataba de enfrentarnos con un mundo que podía volverse inadvertidamente temible. Un gran ejemplo es Mi secreto me condena, que no es de sus filmes más "repetidos". Un cura católico (gran trabajo de Montgomery Clift) es acusado de un asesinato. Sabe quién fue el homicida, pero no puede romper ni el secreto de confesión ni otro, uno personal, que se cruza con el crimen. Notable trabajo actoral (además de Karl Malden y Anne Baxter), es casi una exploración metafísica.
Y ya que estamos, terminemos con otra comedia. Disparos sobre Broadway es de lo mejor de Woody Allen: hay un autor teatral que, por azar del capitalismo, termina cargando con un matón de la mafia que vigila a la "estrella" de su obra. Pero ese mafioso, ese criminal, es además un tipo inteligentísimo (extraordinario rol de Chazz Palmintieri) y termina siendo en gran medida el verdadero autor de la obra definitiva. Allen muestra que las personas no se definen por una sola razón moral o una ocupación, que son más complejas que un estereotipo. Y con eso y grandes actores logra una de sus películas más luminosas, criminal y todo.