Once películas imperdibles: cine de la guerra fría en los albores de una guerra caliente

Rusia ataca Ucrania y el cine ayuda a comprender las idiosincrasias de dos bloques enfrentados durante décadas. Permite, además, conocer el paisaje político de aquellos años y trae de vuelta el recuerdo del miedo a una guerra nuclear

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Pensábamos en 1990 que la Guerra Fría había terminado y que ya no iba a subir la temperatura. Y aquí estamos: Rusia ataca Ucrania y preludia una guerra para nada fría. Aquel conflicto era, básicamente, ideológico: un bloque capitalista contra un bloque socialista, que se resolvía mediante el espionaje, pequeñas acciones, diplomacias secretas y medias verdades. En el cine y el audiovisual en general, la Guerra Fría sirvió para crear un personaje totalmente fantástico, el superespía -básicamente un superhéroe de smoking- cuyo paradigma fue James Bond. Que nunca, jamás, peleó contra el comunismo sino contra supervillanos de historieta.

Pero sí hubo otro cine vinculado con la Guerra Fría que, hoy, tiene su peso para comprender no solo la tensión entre Oriente y Occidente sino bastante de la idiosincracia rusa, no solo “soviética”. Por supuesto, están las películas de espías. Alfred Hitchcock, nada menos, realizó en los años sesenta dos filmes que tienen que ver con este asunto (y que pueden encontrarse en HBO Max). Uno es Cortina rasgada, su única colaboración con Paul Newman y Julie Andrews donde el primero interpreta a un científico americano que finge traicionar a su país y pasar a Alemania Oriental para rescatar a un colega, y lleva un poco a la rastra a su esposa, que no sabe nada de la misión. La película es mucho menos sobre política que sobre las dificultades de un matrimonio. En cambio, Topaz es realmente un filme que toma todo el paisaje político de entonces. Comienza con el rescate de un hombre y su familia de Alemania Oriental a la Occidental y, luego, con un intrincado ajedrez de traiciones que lleva al protagonista a Cuba y las Naciones Unidas. Aunque su trasfondo es la historia de un hombre que intenta salvar a su familia de la tarea que le toca llevar adelante, resulta una descripción precisa de la política en aquellos años.

 

 

Para muchos, de todos modos, una de las mejores películas de espionaje realizadas en esa época es El espía que vino del frío, de Martin Ritt (1965). Basada en una novela de John Le Carré, el escritor clave sobre el tema (basta seguir las novelas de su personaje Smiley, especialmente la magistral El Topo, dos veces llevada al cine, también recomendable -está en Netflix-), es la historia de un espía caído en desgracia y alcohólico enviado al otro lado de la Cortina de Hierro para engañar a un jerarca de la Alemania socialista. Es un filme alejado del espectáculo, oscuro y opresivo, con un fuerte retrato psicológico que habla del drama humano que implicaba aquella guerra.

El tema incluye, por supuesto, el miedo a la guerra nuclear (algo que habíamos olvidado, pero que vuelve aceleradamente) y dio origen en 1964 a dos películas muy similares y muy diferentes al mismo tiempo. El principio era el mismo: un avión de los EEUU cree, equivocadamente, que tiene que bombardear Moscú con un proyectil atómico y queda sin posibilidades de comunicarse. Límite de seguridad, realizada por Sidney Lumet, trata la cuestión de un modo trágico. Pero Dr. Insólito (HBO Max, Qubit.TV), de Stanley Kubrick, trnsforma todo en una parodia: Peter Sellers hace varios personajes, caen bajo el yugo de la sátira los militares soviéticos y americanos, los diplomáticos y todo el resto. 

 

Una crisis que recuerda a la de hoy es la de los misiles en Cuba, de 1962, cuando el mundo estuvo a segundos de una guerra nuclear y que fue resuelta por el presidente J.F. Kennedy y el premier soviético Nikita Kruschev. Hay dos filmes centrales sobre este tema, también de tonos diferentes. Uno, el serio docudrama con Kevin Costner 13 días, de Roger Donaldson, que retrata cada paso y cada escollo de una muy delicada negociación diplomática. La otra es Matinée, de Joe Dante, que cuenta cómo un chico va a cine a ver una película de monstruos, se entristece y se enamora mientras, a su alrededor, todos temen que caigan los misiles. Esta es una comedia alocada en parte, pero que pinta perfecto el estado de ánimo cotidiano en esos días.

 

También hay películas de acción. En la era Ronald Reagan, Sylvester Stallone se enfrentó a los rusos dos veces con dos personajes diferentes. Como un superhombre desesperado en Rambo III, que transcurre en Afganistán y donde el aliado del súper soldado norteamericano era el Talibán, ni más ni menos, contra los invasores rusos. Y como el humilde e inquebrantable Rocky en Rocky IV, donde convence a los rusos (hay incluso un imitador de Mijaíl Gorbachov en el auditorio de su pelea final con la máquina de matar Ivan Drago) de darle la mano al adversario. Dos caras de la misma moneda hechas espectáculo.

 

Y por último, dos especialmente complejas. John McTiernan, creador de Duro de matar, llevó a la pantalla la novela de Tom Clancy: La caza al Octubre Rojo, donde un almirante soviético, en el final de la Guerra Fría, interpretado brillantemente por Sean Connery, lleva a los EEUU un submarino nuclear invisible a los radares con el único fin de terminar con una ventaja estratégica. Es, sobre todo, una película sobre la comunicación, incluso si hay mucho suspenso y espectáculo. Y también es sobre la comunicación la, quizás, mejor película sobre el tema. Puente de espías iba a ser realizada por los hermanos Coen, pero la dirigió Steven Spielberg. Tom Hanks es un hombre, un abogado, que, al crearse el Muro de Berlín, tiene que crear la forma de intercambiar prisioneros y salvar gente común de la pelea política. No solo es una película de suspenso, sino que deja de lado cualquier cliché para armar una historia de amistad entre un americano y un espía ruso, mientras la paranoia política y la violencia aparecen en un lado y en otro del Muro. Spielberg -como todo gran cineasta- muestra que el mundo es más complejo, y que el hombre quiere la misma paz en todas partes.

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