"Ayudate que te ayudaré": el veto presidencial y la amenaza al Congreso
La amenaza de utilizar el remedio del veto contra las normas aprobadas en el Senado es un bumerán que robustecerá la legitimidad que se pretende atacar
No es una cita bíblica textual, pero surge de la conjunción de varios pasajes de la Sagrada Escritura. Se utiliza, en general, para graficar el mensaje del diálogo entre Dios y los hombres: una suerte de necesidad divina de obtener el compromiso que implica el primer paso o la iniciativa del peticionante, para luego apoyar y ayudar desde la fuerza del cielo.
Ya nos estamos malacostumbrando a la diatriba y los insultos que, reiteradamente, utiliza el presidente de la Nación, Javier Milei, para dirigirse y referirse a los demás dirigentes de la política argentina.
A pesar de ello, bien le valdría internalizar y reflexionar con la litúrgica cita del título, para mejorar la calidad de vida de los argentinos, que no solo se construye y mide por una baja tasa de inflación, sino que necesita, además, recuperar el respeto entre los ciudadanos, desterrar la violencia y consolidar la credibilidad en las instituciones. La democracia está inescindiblemente unida a la existencia de un Congreso en el que se dialogue, se debata y se decida a partir de la construcción de consensos más o menos amplios, o de mayorías, en base a la representación proporcional de la ciudadanía.
Todas las formas de gobierno —desde las organizaciones tribales hasta las más brutales dictaduras, pasando por los sistemas monárquicos y hereditarios— han tenido un Poder Ejecutivo al frente de la administración de sus países. La única institución que visiblemente diferencia a la democracia de cualquier otro sistema de gobierno es la existencia, en pleno funcionamiento, de un Parlamento o Congreso elegido en representación proporcional de las opiniones de la ciudadanía.
La amenaza de utilizar el remedio del veto contra las normas aprobadas en el Senado es un bumerán que robustecerá la legitimidad que se pretende atacar, blandiendo erróneamente el reglamento de funcionamiento de la Cámara Alta y el (correcto) ejercicio de la función de la vicepresidenta de la Nación, Victoria Villarruel. No digas que no te avisamos, León.
Quizás escuche el Poder Ejecutivo Nacional las opiniones que se le acercan, o lea estas líneas y acepte un camino alternativo, como el del veto parcial, para rediscutir el impacto fiscal de la moratoria y del ajuste previsional, y permita la supervivencia de la emergencia en materia de discapacidades, que ya no admite más dilaciones.
Pero, lamentablemente, sospecho que, atendiendo al exceso de adjetivaciones y a la verborragia del insulto instalada en el Sillón de Rivadavia, será de mayor utilidad otro hit del refranero que les dejo aquí: “No hay peor sordo que el que no quiere oír.”