DESDE ADENTRO

No existe una manera perfecta y única de hacer las cosas

Se hace necesario ser capaces de conectarnos a los demás, de ser sensibles, respetuosos y hábiles a la hora de crear entornos más armónicos.

agodino

Las personas interiorizamos y asumimos una serie de creencias que repetimos una y otra vez a modo de letanía, hasta procesarlas como una propiedad, como un objeto que debe ser defendido frente a todos. De hecho, somos un mosaico de variadas y férreas creencias; más de uno no duda perder a los amigos con tal de llevar siempre la razón con respecto a estas convicciones.

Es conveniente recordar que todos tenemos pleno derecho a tener nuestras propias opiniones, nuestras verdades y nuestras predilecciones, esas que hemos descubierto con el tiempo y que tanto nos identifican y definen. Sin embargo, ninguna de estas dimensiones debe enceguecernos hasta el punto de proclamar: "mi verdad es la única verdad que cuenta y la tuya no vale". 

Hay personas así, "opinadores" profesionales, mentes endurecidas en el "yo tengo la razón y tú te equivocas". Son perfiles con el orgullo muy grande y una empatía muy pequeña, especialistas en alzar discusiones continuas, artesanos habilidosos en desestabilizar la armonía de todo contexto.

Tener razón y demostrar que estamos en lo cierto es algo que a todos nos satisface, no podemos negarlo. Es un refuerzo para la autoestima y un modo aparente de equilibrio. Pero la mayoría de nosotros entendemos que hay límites, sabemos que es vital aplicar actitudes constructivas, una visión humilde y un corazón empático capaz de apreciar y respetar los enfoques ajenos. Se hace necesario ser capaces de conectarnos a los demás, de ser sensibles, respetuosos y hábiles a la hora de crear entornos más armónicos.

Hay algunos con una voz interior que, de modo repetitivo, les dice una y otra vez que sus creencias son las mejores, que sus enfoques son inamovibles y que su verdad es un faro de sabiduría. La necesidad de tener siempre la razón es un mal moderno capaz de afectar a nuestra salud física y emocional. La vida y las personas encuentran su máxima belleza y expresión en la diversidad, en los enfoques variados, en las distintas perspectivas de pensamiento ante los cuales, ser siempre receptivos para aprender, crecer y avanzar. Quien se obsesiona en tener siempre la razón sufre el aislamiento y la ansiedad.

La intolerancia, el orgullo, la incomprensión son barreras construidas que nos alejan de momentos de felicidad o estados de tranquilidad y paz interior. La mala gestión de situaciones de tirantez en las que nos vemos inmersos y de las que no sabemos salir o no queremos resolver, a menos que sea a nuestro favor, nos priva y nos arrebata horas, semanas e incluso años de disfrutar de afectos por el mero hecho de "tener la razón". El ejemplo más característico de este tipo de personalidad llevada al límite, son los dictadores, personas que creen estar en posesión de la verdad absoluta y que no respetan ninguna idea ni opinión que difiera de las suyas. Sigue siendo un peligro esa insufrible necesidad por tener siempre la razón; peligro presente en muchas personas y grupos. Origen de muchos fanatismos.

Aquello que rodea al estilo enconado de alguien en obtener siempre un resultado favorable se basa en tres elementos: necesidad de apuntalar su ego, necesidad de reafirmar su autoestima, el miedo a otras posiciones que lo hagan "perder" poder y control. Para muchos tiene que ver más con el poder que con la razón misma. Parten de la idea de que la verdad es un objeto sobre el que es posible tomar posesión; dan por sentado que hay verdades inmodificables y que ellos son sus portadores. Su incapacidad de escuchar los aísla. Su dificultad para comprender los estanca. Generalmente se sienten atormentados cuando no logran traer agua para su molino y son excesivamente sensibles a la crítica.

Quizás porque lo necesitamos o porque nos hace sentir seguros, muchas veces nos hace falta pensar que tenemos razón, que lo que vemos y lo que oímos es lo que sucede realmente y estamos dispuestos a defenderlo frente a cualquiera. Cada uno desde su propia perspectiva. 

Allí donde se reúnan dos personas, siempre habrá por lo menos dos historias que contar. Dos mundos de valores, creencias y juicios acerca de lo que está bien o está mal. Dos modos de conversar y comunicarse. Dos maneras de emocionarse y expresar lo que sienten. Dos maneras de trabajar, de resolver problemas y de percibir el tiempo. Dos maneras de vivir, de amar y de aprender. Dos formas de imaginar el futuro. En definitiva, dos maneras bien distintas de estar parados en el mundo. Decía Nietzsche: "Tú tienes tu manera. Yo tengo la mía. La perfecta y única manera de hacer las cosas no existe."

"Dos amigos íntimos emprendieron una excursión. Al hacerse de noche se echaron a dormir bajo un árbol, uno junto al otro. Uno de ellos soñó que habían tomado un barco y habían naufragado en una isla. Al despertar, comenzó a preguntarle a su compañero si recordaba la travesía, el barco y la isla. No lo podía creer cuando su amigo le explicó que él no había tenido ese sueño. ¡Imposible, no podía creerlo! Se enfadó con su amigo y se negó a aceptar que no hubiera tenido el mismo sueño que él."

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