NEUROCIENCIA

Nuestra conciencia busca la supervivencia, no la felicidad

El cerebro humano está diseñado para asegurar la continuidad de la vida más que para generar una experiencia de bienestar constante

Ignacio Brusco

"La vida nunca se vuelve insoportable por las circunstancias sino por la falta de sentido y de propósito."

Viktor Frankl

La conciencia no tiene como principal objetivo la búsqueda de la felicidad sino la supervivencia. El cerebro humano está diseñado para asegurar la continuidad de la vida más que para generar una experiencia de bienestar constante. Esta premisa contradice muchas ideas populares sobre la función de la conciencia y refuerza la importancia de entender los mecanismos que priorizan la seguridad y la adaptabilidad por encima de la satisfacción emocional. Nace así un área necesaria que es la "neurociencia del bienestar o de la felicidad".

Stephen Fleming, en sus estudios sobre la metacognición, sugirió que la capacidad del cerebro para evaluarse a sí mismo es clave para la supervivencia. Esta habilidad, facilitada por la corteza prefrontal, permite que los humanos juzguen tanto sus pensamientos como sus acciones y ajusten el comportamiento para evitar errores que podrían comprometer su seguridad. Estanislao Bachrach, por su parte, planteó que el cerebro no está programado para hacernos felices sino para asegurar que podamos adaptarnos y sobrevivir en un entorno cambiante. En enfermedades como la esquizofrenia o el Alzheimer, el juicio sobre la propia realidad se ve afectado, lo que altera la capacidad del individuo para sobrevivir eficazmente.

La conciencia juega un papel central en la capacidad de un individuo para interactuar con su entorno, no solo en términos de autoconciencia sino también en cómo evalúa a los demás. El cerebro humano evolucionó para procesar información tanto personal como social que permita tomar decisiones informadas que mejoren las posibilidades de supervivencia.

En cuanto a la idea de que la conciencia no busca la felicidad sino la supervivencia, esto se ve reforzado por la forma en que el cerebro prioriza las respuestas emocionales y fisiológicas ante situaciones de peligro o incertidumbre. Los estudios sobre el papel del hipocampo en la memoria y la orientación también indican que este sistema es clave para ayudar al cerebro a evaluar si las decisiones tomadas garantizan la supervivencia. Las personas con alteraciones en este sistema, como los pacientes con Alzheimer, pierden la capacidad de evaluar correctamente su entorno y, por lo tanto, su habilidad para sobrevivir se ve comprometida.

Las teorías modernas de la conciencia no solamente ofrecen nuevas maneras de comprender el funcionamiento del cerebro sino que también revelan cómo su principal objetivo sigue siendo garantizar nuestra existencia, con la felicidad como un subproducto ocasional pero no prioritario.

Cómo surge la conciencia

Las teorías sobre la conciencia avanzaron considerablemente en las últimas décadas, destacando modelos importantes como la Teoría del Espacio de Trabajo Global, de Bernard Baars; la Teoría de la Información Integrada, de Giulio Tononi, y la Teoría del Procesamiento Predictivo, de Karl Friston. Todas estas teorías ofrecen explicaciones diferentes, pero complementarias, sobre cómo surge la conciencia y cómo interactúa con el cerebro.

La Teoría del Espacio de Trabajo Global sugiere que la conciencia es el resultado de la difusión de información hacia diferentes áreas cerebrales, lo que permite que múltiples sistemas accedan a esos datos para la toma de decisiones y otros procesos cognitivos. Este postulado fue extendido por la Teoría del Espacio de Trabajo Global Recurrente, propuesta por Stanislas Dehaene, la cual agrega que la conciencia no solamente surge por compartir información sino también por la retroalimentación recurrente de las redes neuronales. Dehaene plantea que la conciencia depende de cómo se amplifica y mantiene la información en el cerebro para un procesamiento más profundo.

Por otro lado, la Teoría de la Información Integrada señala que la conciencia es una propiedad intrínseca de cualquier sistema capaz de integrar información de manera compleja. Tononi introdujo el concepto de " " (phi), una medida de la cantidad de información integrada en un sistema, afirmando que la conciencia depende de la capacidad del cerebro para integrar y procesar información en conjunto.

Finalmente, Friston propuso la Teoría del Procesamiento Predictivo, donde el cerebro se concibe como una máquina predictiva que constantemente genera hipótesis sobre el entorno y ajusta sus expectativas basadas en el error de predicción. Friston sugiere que la conciencia surge a partir de la minimización de los errores de predicción y de la habilidad del cerebro para ajustarse a la realidad.

Estas teorías no solo aportan explicaciones sobre el origen de la conciencia sino que además abren la puerta a aplicaciones prácticas en el ámbito de la inteligencia artificial y el estudio de la conciencia en otros seres vivos. Lo expuesto por Tononi, por ejemplo, generó debates sobre si es posible cuantificar la conciencia en máquinas y en sistemas artificiales. Según esta teoría, cualquier sistema capaz de procesar e integrar información podría poseer algún grado de conciencia, aunque, en la práctica, la conciencia humana sigue siendo la más compleja y elevada que conocemos.

La Teoría del Procesamiento Predictivo, por su parte, sugiere que gran parte de lo que consideramos decisiones conscientes en realidad está mediada por predicciones inconscientes del cerebro sobre el entorno. Diversos estudios lograron mostrar que el cerebro procesa estas predicciones incluso antes de que las decisiones lleguen a la conciencia, lo que plantea interesantes cuestiones sobre el libre albedrío y cómo el ser humano toma decisiones.

De todas las funciones del cerebro puede que la conciencia sea la más compleja y a la que todavía le queden muchos más misterios por develar. Porque, en definitiva, ¿qué es en verdad la conciencia? Es esta una pregunta de difícil respuesta. La conciencia es la del espacio que ocupamos, la del tiempo que vivenciamos, la de nosotros mismos y la de la finitud. Esta última marcó importantes preocupaciones filosóficas y científicas a lo largo del siglo pasado: entender que morimos y lo que ello implica puede modificar las decisiones que tomamos. Nos encontramos, luego, con otro gran problema: debemos usar nuestra propia conciencia para conocer la misma y al mismo tiempo buscar la felicidad.

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