Las cicatrices enseñan, las caricias tambien
Los abrazos tienen el poder de traspasar corazones.
La vida no es un camino despejado y recto que nos garantiza felicidad. Nadie está exento en su recorrido de la inestabilidad y del sufrimiento, de los problemas y de los conflictos. Vivir es afrontar riesgos, aceptar que no siempre todo sucederá como deseamos, abrazar los momentos de felicidad y también los de prueba.
Gestionar los golpes y cicatrizar heridas no es una tarea fácil; no siempre contamos con el mejor apoyo, recursos o estrategias. Se puede afrontar las decepciones, dejar que éstas se apoderen de nuestro estado de ánimo o protegernos para poner un límite al sufrimiento.
Aparecen las corazas, sobre todo en las personas que han sufrido demasiado. Las eligen para detener su desgaste, evitar quebrarse de nuevo y terminar rompiéndose. Son su mecanismo de seguridad y salvación momentáneo. Detrás de ellas se esconde el miedo a ser heridos. Esto impulsa a crear muros, detener el corazón y vivir anestesiado. "Sin duda, tu coraza te protege de la persona que quiere destruirte. Pero si no la dejas caer, te aislará también de la única que puede amarte", supo decir Richard Bach.
Cada uno de nosotros tiene su propio mecanismo de defensa, su escudo personal para blindarse contra el dolor. De algún modo, tenemos que mantener a salvo nuestra parte más delicada. El problema surge cuando estas corazas se generan y permanecen inalterables, tomando el control de nuestras vidas.
"Ponemos barreras para protegernos de quienes creemos que somos. Luego un día quedamos atrapados tras las barreras y ya no podemos salir", afirmaba Robert Fisher. Amanecemos cada día con nuestras propias "armaduras oxidadas". Camuflamos realidades internas no resueltas, resistencias que nos limitan y que apagan nuestro auténtico ser. Se altera nuestra calidad emocional haciéndonos víctimas de una grieta en el amor. El otro, cualquier otro, se convierte en el enemigo.
Sin embargo, las corazas pueden derrumbarse poco a poco. Es un proceso que necesita dosis de amor, comprensión, paciencia, aceptación y por supuesto, esfuerzo. Hay que aprender a acariciar el alma, tocar la sensibilidad y hacer que el otro se sienta recibido. El cantautor Marwan planteó: "El amor no tiene otra lógica. La forma de abrir una armadura no es a la fuerza, es acariciando".
Puede ser que un abrazo no tenga la solución al problema que nos ocurre, que haga desaparecer lo que nos rodea. Pero su magia recompone nuestras heridas, alivia nuestro sufrimiento y nos transmite que hay alguien que nos quiere y se preocupa por nosotros. Abrazar es proporcionar a la otra persona un refugio entre nuestros brazos, hablando el lenguaje del corazón y del amor. Los abrazos tienen el poder de traspasar corazas devolviendo la importancia a los pequeños detalles.
Es el arte de las caricias emocionales, algo que va más allá del simple contacto físico. Es besar el alma con una mirada, es poder decir "te tengo en cuenta, te respeto". Quizás por eso cantaba Mario Benedetti: "Y he llegado a la conclusión de que si las cicatrices enseñan, las caricias también". Las personas somos seres sociales por naturaleza y, para sobrevivir, para crecer en felicidad y seguridad, necesitamos estímulos: las caricias emocionales, de las que seguimos siendo unos humildes aprendices.
"Había una vez un gran guerrero al que todo su pueblo admiraba por su valor y por su inteligencia, pero especialmente por su corazón generoso y bueno. Lo admiraban tanto que lo convirtieron en su rey. Por desgracia, el país entró en guerra. Temerosos de perder a su monarca, los soldados lo revistieron de una coraza para protegerlo de los ataques enemigos. Como la guerra continuaba, los soldados fueron añadieron capas de acero en la coraza. Un día, cuando la guerra llegó a su fin, el guerrero volvió al palacio y quiso abrazar a sus amigos y sirvientes, pero no pudo, ya que la coraza se había convertido en una barrera monstruosa. El rey pidió que se la quitaran pronto. Pero, a pesar de los esfuerzos del herrero, fue imposible librar al hpmbre de su pesada protección.
Uno de los soldados llegó hasta el palacio y le dijo al rey que habían encontrado a una extraña hechicera que dice saber cómo liberarlo. Era una dama de aspecto frágil, vestida con una sencilla túnica que pidió hablar con el rey en privado. Lo tomó de la mano y lo sentó sobre el lecho. Con exquisita delicadeza, puso sus manos sobre la coraza y comenzó a darle suaves besos, mientras susurraba palabras dulces junto al acero que cubría el corazón del rey. El rey permanecía en silencio, envuelto en una paz que no había sentido desde hacía mucho tiempo. Después de muchas horas, de muchos besos, de muchas caricias, fragmentos de metal comenzaron a desmoronarse de modo inexplicable. La coraza se fue rindiendo lentamente a la ternura. Al fin, la mujer contempló el cuerpo del rey sobre las sábanas y le dijo: Mi señor, es posible que ahora su vida sea menos segura. Pero a partir de hoy, al fin, podrá vivirla. La coraza protegía a su corazón del peligro, pero también lo encarcelaba.
Desde entonces, generación tras generación, todos se referían a aquel episodio como un momento crucial en la historia del reino: el día en que los besos, la ternura y las palabras vencieron pudieron vencer al miedo".