Películas dentro, fuera y en la frontera de la ciencia ficción

Títulos aleatorios para pensar un género de hoy

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Acá al lado recomendamos una película china de ciencia ficción, La Tierra errante (lindo título). Es un filme de aventuras tradicional con una premisa de ciencia ficción. Y la pregunta que surge inmediatamente es qué es la ciencia ficción y cuales son realmente las películas de ese género. El problema aparece cuando decimos que la saga Star Wars es “ciencia ficción”. O cuando algunas películas de superhéroes son definidas dentro de ese género. Claro que no existen géneros puros para nada y que , en general, las cosas son un poco más lábiles. Pero hagamos algunas precisiones y veamos qué películas son, realmente, filmes de ciencia ficción.

En primer lugar, requieren que la premisa fantástica o el dispositivo imposible que no existe en nuestra vida cotidiana (universos paralelos, viajes galácticos, saltos en el tiempo, invisibilidad, agrandarse o achicarse, etcétera) tengan una explicación científica más o menos plausible. En lugar de las hadas, esto es así porque si especulamos sobre la relatividad especial sucede tal cosa, para ponerlo en otras palabras. En segundo lugar, el relato debe explorar las posibilidades buenas y malas de esa invención, de esa “imposibilidad” que se nos explica a través de la ciencia -incluso si la ciencia no puede aún llegar a esos resultados. Eso genera dos clases de relatos tanto en la literatura como en su correlato audiovisual: la ciencia ficción “dura”, que habla solo de cosas posibles proyectables a través de la ciencia que hoy conocemos, y la “blanda”, donde la explicación “científica” es un mero artilugio para darle credibilidad a lo imposible. Digamos que La Fuerza en Star Wars, que explica muchas cosas, acerca la saga más fantástica que científica a la segunda definición.

Veamos tres películas de ciencia ficción “dura”. La más clásica es 2001-Una odisea espacial, de Stanley Kubrick. De hecho, la escribió Arthur C. Clarke con asesoramiento de Carl Sagan. Y si bien el monolito es una especie de presencia “fantástica”, todo lo demás procede de la especulación científica más dura (Clarke representaba en la literatura esa corriente) a partir de lo que entonces se sabía. Especialmente el desarrollo de la inteligencia artificial (HAL es probablemente lo más humano de la película) procede de ahí, así como el diseño de las naves y detalles como la ausencia de sonido en el espacio vacío.

Otra que puede colocarse en ese estante es Cuando los mundos chocan, clásico de Rudolph Maté de 1951. Plantea la posibilidad de que otro planeta choque con la Tierra y de que un puñado de sobrevivientes pueda alcanzar otro lugar donde la vida es posible en un cohete-arca. Las tensiones por ver quién sube y quién no al arca así como la especulación respecto de cómo se destruiría todo siguen las posibilidades de aquellos años de paranoia anticomunista. Por lo demás, el mismo prisma -con más acidez política- aparece en la también “ciencia ficción dura” 2012, de Roland Emmerich, gran película infravalorada.

Sin ir más lejos, la primigenia El planeta de los simios (Franklin Schaffner, 1968) es también ciencia ficción “dura”, en la medida en que el viaje en el tiempo sucede por un dispositivo relativista y lo que sucede en la Tierra es una de las posibilidades de la evolución (aunque las secuelas de la saga nos informan que el dominio simiesco es consecuencia de nuestra estupidez humana). La película hace del realismo su mayor virtud y termina con un alegato contra la guerra nuclear, esa gran sombra que aún no ha desaparecido. En tiempos más cercanos las cosas se han vuelto más difusas. Como dijimos, algunas películas de superhéroes, que bien pueden interpretarse como adaptaciones a la tecnología de gran parte de las aventuras de los cuentos de hadas, pero la excusa sí es de ciencia ficción. La picadura radiactiva de Spider-Man, la armadura ultra tecnológica de Iron Man, los rayos gamma que bombardean a Bruce Banner y lo vuelven Hulk o el Vita - Serum que hace del delgado Steve Rogers el forzudo Capitán América son excusas de ciencia ficción. No así -sigamos con Marvel- el origen de los Guardianes de la Galaxia, que son criaturas fantásticas que no merecen ni necesitan explicación. Y lo mismo Superman. Superman viene de “otro planeta”, y sus poderes -explicación falsamente científica- provienen del sol amarillo de nuestra Tierra. Pero el tipo es superpoderoso en todo el Universo (lo que no deja de ser un poco contradictorio...) y Krypton es tan real como, digamos, Nunca Jamás o el País de las Maravillas. La distancia sideral es la de la imaginación. Los superhéroes, en ese sentido, provienen de lugares más hermanados con la Tierra Media que con los laboratorios.

Entonces, Spielberg. Steven Spielberg dirigió o produjo películas que están en el centro de ambas tendencias. La saga Volver al futuro, por ejemplo, es más comedia de aventuras que viaje en el tiempo, aunque su segunda parte hace uso extensivo de sus posibilidades para reflexionar sobre el punto de vista en el cine al contar la primera película desde otro lugar. Pero Spielberg dirigió Encuentros cercanos de Tercer Tipo y E.T. Y si bien hay “ciencia” en ambas, es lo de menos: lo que importa es que los extraterrestres son capaces de cualquier cosa porque vienen de un lugar que desconocemos, cuyas reglas pueden ser cualquiera. Pero el ser de “otro lado” los hace creíbles. Como son creíbles los terribles E.T. de Guerra de los Mundos, que se acerca bastante a la ciencia ficción “dura” y funciona como puro cine de terror.

En ese campo, Minority Report es el punto medio: un thriller “a la Hitchcock” con premisa de ciencia ficción, ver el futuro, según un relato de Phillip K. Dick, que funciona en paralelo a otra película de esos mismos años, Inteligencia Artificial, que vuelve a demostrarnos que la ciencia ficción -por Pinocho interpuestoes pariente del cuento de hadas.

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