Si quieren llorar, lloren: razones para amar el melodrama
Por qué es mucho más que un “cine de mujeres”
El melodrama no está de moda, qué le vamos a hacer. Durante demasiado tiempo fue considerado un género “para mujeres” que solo hacía llorar artificialmente. Antes que nada, les recomendamos buscar -se consigue pero es difícil- el gran libro de Ángel Faretta La pasión manda, que explica el melodrama perfectamente, da ejemplos y lo coloca donde debe estar: en la matriz del espectáculo como forma de conocimiento y vehículo de ideas. En el fondo, todo es melodrama, que incluye en su nombre la música y el teatro. Es decir, puro artificio consciente, que no engaña al espectador sino que le dice “mirá, esto es falso, pero te va a emocionar igual porque esa falsedad es reflejo de cosas profundas que están en tu experiencia y tu memoria”.
Así que vamos a hablar de melodramas. Sin mucho esfuerzo (acá seguimos otra vez a Faretta), casi todo el cine de terror es una exacerbación del melodrama. Carrie, de De Palma o la magistral La marca de la pantera, de Tourneur. El primero es sobre la relación madre-hija (clásico del género); la segunda, sobre los celos (idem). Muchas películas musicales y biografías que tocan el tema de la imposibilidad o la dificultad de ser artista y tener una vida cotidiana son melodramas hechos y derechos.
Los clásicos del melodrama son Vincente Minelli y, central, el alemán huído a Hollywood y maestro del uso de la emoción, el espejo, el artificio recargado y el color Douglas Sirk. Sirk, de paso, tiene algunos discípulos notables en el cine más moderno: uno es Rainer Werner Fassbinder, que fue su alumno (alumno de ir a clases, además, no solo en sentido figurado) y el estadounidense Todd Haynes. Ambos han homenajeado a Sirk en sus películas. La angustia corroe el alma del primero y Lejos del paraíso, del segundo, son versiones-homenaje de Lo que el cielo nos da. En ambos casos, se trata de cómo una mujer integrada al mundo se enamora de alguien prohibido. En el primer caso, de un inmigrante árabe en Alemania (y mucho más joven que ella); en el segundo, de un caballero afroamericano (y además su esposo es gay y trata de “regenerarse”).
Y aquí llegamos a la clave del melodrama y, quizás, la razón por la que se lo utiliza -se lo filma, de hecho- un poco de contrabando. En el melo, hay un orden social que la pasión, irracional, debe romper, pero el mundo se defiende y por eso todo termina mal o triste. Es la regla básica del melodrama siempre: amores que no deben ser (por diferencia de edad, de etnia, de nivel social), infidelidades, hijos extramatrimoniales, embarazos en soltería, traiciones son las herramientas básicas. Pero recuerden: en el fondo es siempre el tipo de cine que cuestiona el orden social y pone en cuestión sus prohibiciones.
Como el género está “esparcido” en el resto (hay elementos melodramáticos, lo dijimos, en todas partes) lo mejor para entender sus herramientas es ir a los clásicos. El momento más brillante del género sucedió en la segunda posguerra en Hollywood, porque pasó algo: las mujeres y los negros se incorporaron a la vida laboral y a la sociedad urbana de modo masivo durante la Segunda Guerra Mundial, por pura necesidad. Después, se quiso volver a un patriarcado conservador bajo el gobierno de Eisenhower, pero ya no se podía: se habían roto demasiadas barreras sociales. Esa tensión creó las mejores películas del género.
Para entenderlo, veamos un puñado de títulos. El suplicio de una madre (Mildred Pierce, 1945) de Michael Curtiz es un tremendo ejemplo. Una madre que queda sin trabajo oculta que es moza para que una de sus hijas viva por encima de sus posibilidades. La hija, de paso, la odia, le quita al novio, la destroza moralmente y hasta comete un asesinato. Tremenda mirada sobre esa relación (y después puede ver la perfecta Imitación de la vida, que multiplica al infinito la temática).
Dios sabe cuánto amé es una película de Vincente Minelli protagonizada por Frank Sinatra, Shirley McLaine y Dean Martin. Frank es un soldado que vuelve de la guerra y es, por un lado, un alcohólico aventurero, y por otro, un escritor talentoso. Y se divide entre el amor por una mujer normal que quiere encausarlo como autor y una prostituta de buen corazón. No puede decidir y termina todo de modo trágico. El final fue el molde que usó De Palma para la secuencia de la festividad en Blow Out.
Escrito en el viento tiene como raíz la amistad entre un chico rico y uno pobre (un magnate del petróleo y su empleado, aquí Robert Stack y Rock Hudson) que se enamoran de la misma mujer, que se casa con el “equivocado” y lo transforma. Bueno, se imaginan que todo es más complicado, hay alcoholismo, traiciones y la presión por el dinero y el ascenso social dando vueltas. Es uno de los grandes filmes de Douglas Sirk, y tiene a las geniales Laureen Bacall y Dorothy Malone en el reparto.
La segunda versión de Nace una estrella, realizada por George Cukor (otro genio del género), es la mejor de las cuatro hechas hasta hoy. Hay un gran ídolo alcohólico llamado Norman Maine (aquí el genial James Mason) y descubre a una gran cantante y la hace una estrella, pero ella tiene que optar por su carrera o por cuidar a Maine, puro alcohol. Todo termina en tragedia. Ella es Judy Garland, paradójicamente una especie de Norman Maine en femenino.
Y para llorar totalmente, tienen Algo para recordar, la película de la que hablan todo el tiempo en Sintonía de amor. Cary Grant y Deborah Kerr se enamoran en un viaje y quedan en reencontrarse cierto día, a cierta hora, en el Empire State. Ella no llega y él cree que no lo amó nunca. Pero ella en realidad tuvo un accidente que la dejó paralítica. Al final se encuentran de un modo terrible. Si no lloran con esto, les recomendamos psiquiatra.